LOS TALLANES Y NOSOTROS.
“Yo
siento que tengo una base en mis antepasados.
Antes no
era así, me sentía como flotando en algo
que no
conocía a fondo. Conociendo una raíz histórica profunda
me
siento que pertenezco a un pueblo”.
Gerasimo Soza
Al
principio del segundo milenio los Tallanes lograron estructurar una
organización social avanzada. Curacazgos y parcialidades compartían ritos
religiosos, comportamientos sociales y manifestaciones estéticas; pero una
diferenciación más fuerte de los grupos sociales permitía a los artesanos
especializados jugar un papel importante en la vida económica. Se establecen
complejos sistemas de aldeas a lo largo de los ríos y se aprovechan las
complementariedades que permite la diversidad de cultivos y de recursos entre
las tierras altas y los oasis costeños. El comercio sur-norte era ya una
práctica antigua, atestada por el tráfico de “mullu” (Spondylus) y el uso de “hachas monedas” de cobre. Los intercambios
intra-regionales este-oeste eran favorecidos por las fáciles comunicaciones en
esta parte de los andes septentrionales[1].
En
el Chira, centenares de aldeas tallanes e importantes complejos administrativos
y religiosos (fortalezas, templos, residencias, en Vichayal, Monte Lima,
Chalacalá, Poechos, etcétera) evidencian que en el periodo preincaico existía
una sociedad compleja, con índices de organización estatal, y una fuerte
densidad poblacional. Las conquistas Chimús e Incas significan mayor
integración en un orden pan-andino y la subordinación de los señoríos Tallanes
a un poder centralizado.
¿Somos
nosotros piuranos descendientes de los Tallanes que a la llegada de los
españoles poblaban los valles costeños del norte del Perú? Sí y no. No porque,
fruto de las migraciones y del mestizaje, nuestra sociedad regional es ahora en
parte como lo decía José María Arguedas la de “todas las sangres”. Sí, porque
compartiendo los mismos paisajes, el mismo complejo ecosistema, buena parte de
los mismos recursos naturales, ciertas técnicas artesanales y más que todo un
sinfín de rasgos culturales, a veces sin saberlo, somos diferentes de otras
regiones del país. Los Tallanes son de manera subterránea parte de nuestra identidad
regional y de nuestra idiosincrasia, un componente oculto del “ser piurano”.
[1] Gerasimo Sosa, El barro nos unió: arte y tecnología de la
cerámica de Chulucanas, Piura. Piura : CIPCA, 1984, página 25.
[1]
Bernex y Revesz 1988, p. 11.
Cultivaban
el frijol, el maíz, el camote y pescaban las mismas especies marinas. Hoy día
el congrio, la caballa, las zarándajas, el camote, la cancha son ingredientes ineludibles
de nuestro cebiche cotidiano. Se vestían de camisetas y mantas de algodón,
ahora la fibra del Gossypium piurano
se exporta al mundo entero.
Por
cierto, los vestigios dañados por el paso del tiempo de importantes
construcciones tallanes en adobe que se encuentran en las Huacas de Sojo y de
Chalacalá o en el sitio arqueológico de El Cucho, ubicados en el valle del
Chira, así como en Narihualá en el Bajo Piura, huellas de un pueblo sin
escritura, yacen mudas: no nos informan sobre los cantos, las danzas, el
sentimiento religioso que animaban estos lugares y no entregan su secreto.
Sin
embargo, y en otro registro, como no destacar la permanencia viva de
tradiciones seculares. Es poderosamente llamativo, por ejemplo, constatar que
los alfareros de Simbilá, caserío ubicado a mitad del camino entre Piura y
Catacaos, a pesar de que su producción tiende a ser desplazada por los
utensilios de aluminio o de plástico,
siguen abasteciendo el Bajo Piura de cerámica utilitaria de arcilla (cantaros
para hacer la chicha, ollas, jarras, peroles, tiestos, platos, vasos, etcétera)
análoga en buena medida a la de los Tallanes de que son los herederos[1].
En una perspectiva diferente es también digno de admiración el itinerario, las
averiguaciones y la creatividad de Gerásimo
Sosa y de otros ceramistas y artistas de Chulucanas. Él y sus compañeros del
grupo Saño Samayoc iniciaron su labor excavando y estudiando trozos de cerámica
precolombina que abundan en la zona, analizando y reconstruyendo las antiguas
tecnologías usadas en la elaboración de estas piezas, haciendo así resurgir
técnicas perdidas en el tiempo. Luego, después de un arduo proceso, adecuaron
estas tecnologías a sus necesidades artísticas y a su visión de la vida,
abriendo nuevas modalidades de expresión y produciendo una variedad de formas
plásticas de gran belleza[2].
Acercar
el pasado del presente, superando la brecha que los separa, es precisamente el
propósito central y la apuesta de los tres coautores de la presente obra,
sullaneros de nacimiento o por adopción.
Lo
hacen “buscando nuestras raíces” a
partir de un largo trabajo de campo en torno a ceramios”localizados en, Morropón, La Arena, La Unión, Tambogrande. Para el
valle de Piura y el valle del Chira los lugares de Huangalá, Chalacalá, Monte
Negro, El Cucho, Tangarará, Sojo, La Huaca, Amotape, El Arenal, Querecotillo, y
la importante colección del Museo de la cultura de Sullana y colecciones
particulares” que dará pie a la colección de fotografías publicadas por
primera vez en este libro.
Lo
hacen también a partir de una larga y detenida exploración de fuentes
arqueológicas y etnohistóricas a veces de difícil acceso desde nuestra región.
En particular a partir de lectura y transcripción de las obras de los cronistas
españoles, varios de ellos testigos presenciales del encuentro en Piura entre
los dos mundos: Pedro Cieza de León, Francisco de Jerez, Miguel de Estete,
Pedro Pizarro y otros. Describen paisajes, señalan lugares, cuentan incidentes
y se refieran a costumbres.
El
primer contacto en América del Sur[3]
entre hispanos y poblaciones nativas fue el encuentro en alta mar entre los
navíos de los conquistadores y las balsas tallanes, muy parecidas en su
concepción, forma y material a las balsas de tamaño más reducido utilizadas
todavía por los pescadores de la caleta de Yacila, cerca de Paita.
Luego
los conquistadores asentaron su poder político con la fundación de Piura por
Francisco Pizarro en 1534[4]
con el nombre de San Miguel, en Tangarará,
a orillas del Chira, a poca distancia del Poechos de esta época entonces
importante centro poblado Tallan, hoy desaparecido sumergido por las aguas de
la represa[5].
Más
tarde, más lejos, fueron la tragedia de Cajamarca y la caída del Imperio Inca
cuya presencia en nuestra región fue breve y efímera (medio siglo).
Los
autores subrayan con razón que este encuentro de dos mundos y de dos culturas
cambiara radicalmente la forma de vida de los amerindios, destacando que en
1532 “se cierra definitivamente los capítulos de los desarrollos autónomos de
los indígenas americanos en la construcción de su propia cultura”.
La
obra que presentamos es doblemente ambiciosa, en su contenido y en su
intención. Por un lado la envergadura y la acuidad de la investigación que los
autores emprendieron con audacia y llevaron a cabo con soltura. Pero también
porque el público al cual postulan dirigirse no es el erudito sino los docentes
de todos los niveles y modalidades de educación pública y privada a fin de
contribuir a su mejor formación académica respecto al conocimiento de nuestro
pasado histórico y cultural, esperando también motivar nuevas generaciones de
investigadores. En este sentido este trabajo, como lo recalcan, no es solo un
punto de llegada sino también un punto de partida.
Agradecemos
y felicitamos a los autores por sus notables aportes a pesar de la falta de
apoyo efectivo de parte de la Municipalidad de Sullana. Esperamos que susciten
iniciativas del mismo tipo en Piura y en las otras regiones del país. Las
necesitamos.
Bruno Revesz
Director de
Investigación del Cipca, Piura.
[1] Camino, Lupe. Los que
vencieron el tiempo: Simbilá, costa norte perfil etnográfico de un centro
alfarero. Piura: CIPCA, 1982, 139 p.
[2] Ver “El barro nos unió: arte
y tecnología de la cerámica de Chulucanas” de Gerasimo Sosa. No solo un
impresionante testimonio sino un notable manual técnico en torno al manejo del
fuego, el uso de las arcillas, el dominio de los engobes y texturas y otros
asuntos de vital importancia.
[3] Años antes, Hernán Cortez se había enfrentado con el Imperio
Azteca en América del Norte.
[4] Hay controversia en torno a esta fecha. Los autores de este libro
abogan a favor del año 1532.
[5] Como es sabido hubo varias fundaciones y refundaciones de la
capital regional. Poco tiempo después de su instalación en Tangarará, la
población se traslada al “Monte de los Padres” en el Alto Piura, próximo a
Yapatera. Luego en 1578 los pobladores abandonan esta “Piura la Vieja” y se
trasladan al puerto de Paita ya fundado como San Francisco de Buena Esperanza.
Por último la fundación definitiva se realiza el 15 de julio de 1588 en el
Chilcal a proximidad de la represa india del Tacalá en el valle de Catacaos,
tomando el nombre de San Miguel del Villar.
Información cededida por el Museo de Sullana a cargo del señor: José Carlos Flores
Lizana. solo para uso educativo.
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